Cuando éramos niñas, nos encantaba soñar. Era natural. Nuestra imaginación parecía no tener límites. Queríamos hacer de todo cuando fuésemos grandes (médicas, astronautas, princesas y piratas, a veces, todo al mismo tiempo). Nunca nos preguntábamos cómo lo haríamos, si era posible o razonable, si teníamos los contactos, los recursos, la capacidad de hacerlo. Simplemente, soñábamos. El hecho de soñar era, en sí, un juego, algo placentero.
Con el pasar de los años nos acoplamos a las normas de la sociedad, a lo que se esperaba de nosotras. Aunque sigamos con algunas de nuestras pasiones, nos conformamos con seguir los estudios y ejercer una profesión, con cumplir nuestros deberes como ciudadanas, madres, esposas, trabajadores o empresarias.
Basta algunos obstáculos en el camino, unos cuantos errores o malas decisiones tomadas, para que vayamos dejando, poco a poco, nuestros sueños de lado.
No sólo dejamos de trabajar en ellos, sino que, peor aún, dejamos de soñar.
Si yo te pido en estos momentos que sueños en grande, lo más grande que puedas, quizás se te haga difícil, quizás te limites, diciéndote que no sabes hacerlo, que no tienes las capacidades, o simplemente porque no conoces o no te imaginas qué es posible, más allá de tu realidad actual.
Si es así, te propongo que todos los días vayas un poquito más allá en tu imaginación. Cuando lo hagas, no trates de responderte a la pregunta de cómo lo harás. Mira este ejercicio como un juego de creatividad: simplemente trata de soñar, cada vez, un poquito más allá de lo que hoy crees que sea posible para ti.