El estrés forma parte de las respuestas normales del organismo, producto de nuestra evolución, que nos permite detectar un peligro y reaccionar ante él.
Cuando es esporádico y proporcional a la amenaza, es muy saludable. El problema ocurre cuando activamos esa compleja respuesta varias veces al día, sin darle a nuestro cuerpo la posibilidad, ni el tiempo necesario de recuperación.
Cuando el estrés es crónico y desproporcionado a la “amenaza”, el cuerpo termina cansándose y enfermándose también de manera crónica.
A veces puede ser tan crónico que ni siquiera te das cuenta que estás estresada.
Correr para atrapar el próximo metro o autobús, comer apurada y sin saborear lo que comes porque tienes que terminar tu trabajo, apurarte todas las mañanas para que tus hijos lleguen a la hora al colegio y tú no tan tarde al trabajo, no deberían ser hábitos en tu vida, porque no son formas saludables de vivir.
Si ése es tu caso (tus ejemplos pueden variar, pero la existencia de una forma de estrés casi continuo no), hoy te invito a preguntarte de qué te sirve ese estrés.
¿Correr para tomar el metro, no saborear la comida y estresarte a ti y a tus hijos todas las mañanas, realmente cambiará substancialmente tu vida?
¿Qué es lo peor que puede pasar si decides dejar que el metro se vaya, si tomas tu tiempo para saborear lo que comes y si disfrutas más de tus mañanas con tus hijos? ¿Llegar tarde a tu cita, al colegio o al trabajo es tan grave que prefieres sacrificar tu cuerpo y tu salud por ello?
Quizás darte la oportunidad de no estresarte y asumir las consecuencias de tus actos sea el mejor regalo que te puedas dar. No sólo porque dejarás de exigirte tanto, sino porque tal vez te ayude a organizarte mejor o decidas hacer cambios más profundos en tu vida.