Pronto es Navidad y, quizás por eso, te quiero hablar de la lista de los deseos.
¿Te acuerdas cuando de pequeña le escribías a ese señor barbudo para que, desde el Polo Norte, te trajera todo lo que querías, o en mi caso, como buena venezolana, le escribía al Niño Jesús para que, apenas recién nacido, diera la vuelta del mundo para darme los regalos que le había pedido?
¿Te acuerdas de la emoción que sentías cuando escribías y pedías todo? ¿Y luego, la emoción se hacía más grande, mientras esperabas esos regalos, porque no había nada que te hiciera dudar que los obtendrías?
Esas largas listas con regalos que le pedíamos a San Nicolás estaban llenas de deseos e ilusiones.
Hoy te propongo que, mientras esperas Navidad, retomes esa tradición. No te sugiero que hagas sólo una lista de tus deseos para el próximo año, sino una lista diaria de todo lo que desees en tu vida, material o no.
Con los años perdemos la práctica de pedir lo que deseamos y caemos en la trampa de creer que nuestra vida es una lista sin fin de obligaciones.
Cuando comienzas a pedir lo que deseas, en lugar de lo que deseas evitar, o lo que crees que debes hacer, tu energía cambia. Cuando pides lo que quieres, en lugar de recordarte constantemente tus obligaciones, comienzas a obtenerlo.
Recuerda que siempre obtendrás lo que pidas con mayor energía, sea algo que deseas para ti, o no.
Por eso te invito a hacer, a diario, una lista de lo que quieres, sin pedir permiso, sin deber justificarte. El hecho de quererlo es razón suficiente para quererlo.