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El origen de la procrastinación

Una tarde yo hacía una de mis tradicionales evaluaciones del día. Era un día típico; nada extraño, ni fuera de lo normal había ocurrido.

Al evaluar mi día, me di cuenta de que había finalizado la mayoría de las tareas que me había propuesto, pero no todas.

La situación comenzaba a frustrarme, porque no era la primera vez que esto ocurría. Por mucho que ponía en práctica las mejores técnicas de gestión del tiempo, no lograba hacer todo lo que planificaba.

Luego, me di cuenta de algo: casi todo lo que no “lograba” hacer, eran cosas que no quería hacer.

Planificaba por el deber ser y no por amor a hacer.

Piensa en algo que te gusta hacer y que preferirías no hacerlo. Por ejemplo, imagina que te gusta revisar las redes sociales. Te gustaría eliminar el hábito, pero te cuesta hacerlo. ¿Por qué? Porque TikTok, Instagram o Facebook te gustan.

Ahora, piensa en algo que no te gusta hacer, pero que te dices que debes hacer. Por ejemplo, digamos que se trata de limpiar tu casa, o ir al gimnasio.

Las tareas que no te gustan hacer son las que vas a evitar. 

Te buscarás miles de excusas para hacerlas luego, surgirán otras tareas que se te hagan más importantes en el momento.

La falta de experiencia, el no saber cómo hacer algo, el que te “surjan” nuevas cosas por hacer, simplemente son excusas que te da el cerebro tan inteligente que tienes para que no te sientas tan mal por no hacer aquello que dijiste que harías.

El primer paso para cambiar una situación es tomar conciencia de ella.

Mira tu agenda, identifica qué no hiciste ayer de lo que dijiste que harías y pregúntate, con la mayor honestidad, curiosidad y compasión posible, si en realidad querías hacerlo, o no.