Éste es una serie de artículos preparados a partir del libro El poder de la atención, de Johann Hari.
Vivimos en una cultura extremadamente individualista, donde constantemente nos dicen que nuestros problemas son individuales y que, por ende, debemos buscar soluciones individuales. ¿No puedes concentrarte? Es tu culpa. ¿Tienes sobrepeso? Es tu culpa. ¿No te alcanza el sueldo? Es tu culpa. ¿Estás estresada o deprimida? Siempre es tu culpa.
Cada una de nosotras creemos, erróneamente, que está solo en nosotras el conseguir una manera personal de superar los problemas, obviando que muchos de estos provienen del sistema en el que vivimos.
Nuestra atención y nuestro enfoque han sido alterados por enormes fuerzas externas (tecnológicas, financieras, ambientales), y nos han dicho que somos nosotros, como individuos, los únicos responsables de buscar soluciones, que los cambios individuales deberían ser la primera línea de defensa contra los problemas estructurales y que puede superarse entendiendo y explorando nuestros desencadenantes internos (es decir, cómo nos sentimos), sin reaccionar a ellos. Y aunque esta solución puede ser efectiva para algunos individuos, no debería ser la primera, ni la única manera de afrontar los problemas de nuestra sociedad.
Esto es el optimismo cruel: pensar que un problema realmente grande con causas profundas en nuestra cultura —como la obesidad, la depresión o la adicción— tiene una solución individual simplista.
Es optimista porque le dices a las personas que lo sufren que el problema puede solucionarse, y pronto; pero en realidad es cruel, porque la solución que ofreces es tan limitada y ciega ante las causas más profundas que, para la mayoría de las personas, esta solución fracasará.
El optimismo cruel asegura que cuando la solución individual fracase, como ocurrirá la mayoría de las veces, la persona no culpará al sistema: se culpará a sí misma. Pensará que fracasó y que simplemente no fue lo bastante buena o disciplinada, o que no tuve la fuerza de voluntad necesaria. Y se convierte en una forma de culpabilizar a la víctima.
El optimismo cruel da por sentado que no podemos cambiar de forma significativa los sistemas que están arruinando nuestra atención, así que tenemos que centrarnos principalmente en cambiar nuestro yo aislado. Pero ¿por qué deberíamos aceptar estos sistemas como algo dado?
Para recuperar nuestra atención, tendremos que adoptar algunas soluciones individuales, pero debemos ser suficientemente honestas para entender que esto no será suficiente para solventar el problema de toda la sociedad.
La alternativa al optimismo cruel no es el pesimismo. Es el optimismo auténtico, en el que reconocemos honestamente las barreras que se interponen en el camino de nuestro objetivo y establecemos un plan para trabajar juntos para desmantelar esas barreras, una a una.
La solución principal no es cambiar nuestros comportamientos individuales, sino las acciones de las grandes empresas que están generando este gran déficit de atención colectivo.