El teléfono que tenemos hoy en día, en el año 2024, es una maravilla (casi) absoluta. Ha evolucionado tanto en las últimas décadas, que su función inicial de permitir llamar a otra persona, es casi anecdótica respecto a todo lo que es capaz de hacer hoy en día: pedir un taxi, hacer transferencias bancarias, contar los pasos que hemos dado en un día, servir de GPS, proporcionarnos el último estudio científico sobre cualquier tema, etc., etc.
Es esta capacidad de hacer tanto, de concentrar en unos pocos centímetros tantas funcionalidades y tanta información, que ha hecho que nos volvamos tan dependientes de él: si queremos saber la hora, vemos el teléfono; si queremos saber cómo llegar a un lugar, vemos el teléfono; si estamos comenzando a aburrirnos, vemos el teléfono; si tenemos que esperar 30 segundos, vemos el teléfono.
No es de extrañar que esta dependencia esté disminuyendo nuestra capacidad de concentrarnos en el trabajo. Ver el teléfono a cada instante, literalmente desde que nos despertamos hasta que nos vamos a dormir, es nuestro hábito dominante.
Por ello, una herramienta eficaz al momento de trabajar, es deshacerse del teléfono, es decir ponerlo en modo avión, en un lugar alejado de tu campo visual y de tu espacio físico, para que la posibilidad de revisarlo “por un instante” sea más complicada.
Prueba hacerlo durante una semana, cada vez que desees trabajar de manera ininterrumpida en un tema.
Mantén un cuaderno a tu lado para escribir cómo te vas sintiendo y qué tanto deseas ver el celular y qué haces para no verlo, o qué hiciste cuando lo viste.