“Debí terminar este proyecto ayer. ¿Por qué nunca termino las cosas a la hora?” ¿Éste es un buen o un mal pensamiento?
“Siempre cometo los mismos errores. ¡Qué tonta soy!” ¿Éste es un buen o un mal pensamiento?
“Los demás logran hacer todo lo que se proponen, y yo no”. ¿Éste es un buen o un mal pensamiento?
Hemos sido entrenadas para catalogar los pensamientos como “buenos” o “malos”. Lo mismo hacemos con las emociones. Algunas consideramos que son buenas (entusiasmo, motivación, alegría) y otras malas (miedo, rabia, frustración).
Al hacer esto, buscamos a todo precio tener buenos pensamientos y buenas emociones, y evitamos a toda costa los malos.
El problema con esto es que evitamos vivir el 50% de nuestra vida. Toda vida, para que sea completa, se compone de distintos aspectos del espectro de la experiencia humana, incluyendo lo que consideramos bueno y lo que consideramos malo.
En cambio, podemos mirarlos como beneficiosos para nosotras o no.
En lugar de decir que tus pensamientos son buenos o malos, pregunta si te benefician o no.
Por ejemplo, si al pensar en un proyecto nuevo en tu vida, te dices que va a ser difícil, y este pensamiento te genera tanto miedo que te paraliza y no te deja actuar, este pensamiento no será beneficiosos para ti.
En cambio, si al pensar en ese proyecto, te dices que quizás sea difícil, pero que en la dificultad te harás más fuerte, entonces este pensamiento (el mismo anterior, pero con una pequeña diferencia), será beneficioso para ti.
La diferencia entre bueno-malo y beneficioso (o no) puede parecer sutil, pero esto hará que te critiques menos cada vez que te des cuenta que estás teniendo uno de esos pensamientos que no te resultan tan agradable, que no te aportan nada.